Las leyes injustas de Dios

Dios:

Durante años he estado predicando a los hombres. Casi había olvidado que en la iglesia hay también un auditorio invisible; que los ángeles escuchan cuando exponemos tu palabra.

Ahora que estoy solo contigo y con tus invisibles siervos, puedo empezar una nueva serie de sermones.

En la iglesia tenía que tener cuidado de no herir los sentimientos o los prejuicios de mis oyentes. Contigo puedo ser absolutamente franco. Tú no tienes una inquisición. Tú no me juzgarás por herejía. Frente a otras personas, tenía que alabarte. Aquí soy libre para cuestionarte y reprocharte, como lo hicieron David y Job y otros.

Te diré francamente todo lo que hay en mi corazón. Tú has dicho: “No es bueno que el hombre esté solo”. Y, sin embargo, me tienes en confinamiento solitario. Tú creaste a Eva parta que estuviera con Adán. Sin embargo, me has separado de mi esposa. Me estás haciendo precisamente lo que Tú mismo has reconocido que es malo. ¿Cómo te justificarás cuando nos encontremos? Me preguntarás por qué he hecho cosas condenadas por Tu palabra. Seguramente es peor que Dios no cumpla Su palabra y no que un hombre no obedezca los mandamientos de Dios. El juicio será recíproco. Ahora puedo entender las palabras de Isaías: “Venid, pues, y estemos a cuentas”.

Jesús dijo que el Padre “hace salir su sol sobre malos y buenos”. Nuestros torturadores están ahora en las playas disfrutando del sol. Yo no lo he visto durante años, estando en una celda a diez metros bajo tierra. Jesús me preguntará muchas cosas en el Juicio Final. Está bien. Pero yo le preguntaré por qué el Padre me ha privado del sol. Tengo curiosidad por saber qué me responderá.

Desde mi conversión me han intrigado tus palabras en Ezequiel: “Yo también les di estatutos que no eran buenos, y decretos por los cuales no podrían vivir”. Nunca he oído un predicador explicar este versículo. Los comentaristas también lo evitan. Ahora estoy empezando a entender algo de su misterio.

Ninguna ley puede ser justa, aunque sea divina, porque toda ley fija normas iguales para hombres de capacidades desiguales, colocados en situaciones desiguales.

Esto se aplica aún a los mandamientos. “No te harás imágenes”. Es una ley dada igualmente al hombre criado en una religión estrictamente puritana que al que tiene una larga herencia católica. Esta ley no es justa, porque los dos no pueden cumplirla con la misma facilidad. Una vez hablé con un católico acerca del segundo mandamiento, y me contestó cándidamente: “¿Por qué los protestantes son tan ciegos? La ley dice: ‘No te harás imagen’. Esto no significa que Miguel Ángel o un modesto escultor no pueda hacer una para usted. Solo está prohibido a los individuos hacer imágenes santas, cada cual según su fantasía. Pero no le está prohibido a la iglesia proporcionar a los cristianos medios de inspiración”.

Yo miré asombrado a aquel hombre católico que no estaba en modo alguno preocupado por lo que a mí me preocupaba tanto. Y continuó: “Cuando Dios se encarnó en Cristo, asumió todas las cualidades del hombre, inclusive la de ser potencialmente modelo para un objeto de arte”. Y así sucesivamente, nunca lo había pensado de esa manera.

“Honra a tu Padre y a tu Madre” se les dice a aquellos cuyos padres son hombres santos y buenos. Pero yo he conocido personas que reaccionaban violentamente contra este mandamiento. Todo lo que podían recordar era que su padre era un borracho que los castigaba injustamente, o que su madre los había abandonado. En mi congregación tenía una muchacha que había sido violada por su propio padre. Tu ley no es justa. Nos manda honrar a todo padre, toda madre, aun aquellos que han legado una herencia criminal. Tengo que honrar a mis superiores en la iglesia. Algunos de ellos han escogido el martirio. Otros se han convertido en espías de los comunistas. Y yo tengo que honrar a ambas categorías. Es tu ley, pero es injusta.

“No matarás” se le dice a un sueco o a un suizo cuyas naciones no han conocido la guerra durante siglos. Nosotros, los rumanos, tenemos el mismo mandamiento, aunque nuestro país ha sido invadido por extranjeros en cada generación y tenemos que defendernos.

“No hurtarás” se le dice a un billonario que tiene más de lo que jamás necesitará y no tiene razón para robar. Yo estoy terriblemente hambriento y robaría si pudiera hacerlo. Pero al hacerlo estaría quebrantando una de tus injustas leyes.

“No cometerás adulterio” se le dice al hombre que tiene una esposa amante y bella y que es una buena compañera sexual. Pero la misma ley es válida también para la persona que tiene una esposa o un esposo insoportables, o no los tiene. ¡Cuánto ha sufrido Juan, un miembro de nuestra congregación! Su esposa había estado enferma por años y no podía darle satisfacción. Una ley injusta después de otra.

“No dirás falso testimonio” es una ley para el hombre que no tiene razón para mentir, o tal vez no es capaz de hacerlo, no teniendo la menor imaginación; pero también es ley para mí, que tengo que responder al interrogador comunista. Si le digo la verdad, como él me lo pide, apelando a mi obligación cristiana, seguirían muchos otros arrestos.

Rahab, después de haber dado asilo a los espías israelitas mintió, diciendo que no sabía de dónde habían venido ni a dónde habían ido. ¿Hizo mal?

Recuerdo que Spurgeon predicó sobre este tema, y dijo que muchas veces él había tratado de ponerse en el lugar de Rahab. Suponiendo que hubiera escondido algunos protestantes perseguidos y las autoridades le preguntaran si estaban en su casa. ¿Cuál hubiera sido su respuesta? Es sabido que él era muy estricto contra la mentira. También nosotros tuvimos que mentir en tiempo de los nazis. Así que me interesó saber lo que él había dicho: “He tratado de imaginar lo que hubiera dicho, y nunca he podido llegar a una conclusión ... Yo tengo más luz que Rahab, y ciertamente he tenido más tiempo para considerar el caso, y sin embargo, no veo el camino. No estoy seguro de que la mentira de Rahab no fuera más honesta que más de una evasiva inventada por gentes más inteligentes”.

A menudo he citado estas palabras a hermanos que estaban preocupados por haber tenido que mentir a las autoridades opresoras. Spurgeon no pudo llegar a una conclusión. Yo he llegado a la mía. Les miento a los funcionarios examinadores y debo decir que me da gusto hacerlo.

“No se turbe vuestro corazón” se le dice igualmente al crónicamente preocupado y al de carácter flemático que por naturaleza nunca está ansioso por nada. Se le dice a un norteamericano pudiente que jamás ha conocido una verdadera preocupación, y a mi compañero de prisión que acaba de telegrafiarme por código Morse, a través de la pared, que ha sido sentenciado a muerte.

Una ley no puede dejar de ser injusta. Aún Tú, Dios, no podrías evitar la injusticia una vez que empiezas a hacer leyes.

De modo que tu injusticia no es solo que me mantiene solo en un lugar sin sol. El problema es mayor. En primer lugar, has cometido una injusticia al poner a los hombres bajo leyes.

Dejaré mi problema personal contigo. Una manera de librarte de algo que te molesta es arrojar tu pena individual, que es una sola gota en el océano infinito de la pena universal. Pero planteo el problema general. ¿Por qué fuiste injusto con la humanidad, sometiéndonos a estatutos que Tú mismo reconoces que son injustos?

Tú necesitas a Jesús como yo lo necesito. Él es intercesor y mediador. Lo oigo cada noche intercediendo y mediando por ti para hacerme entenderte y amarte, así como intercede contigo a mi favor.

Tú necesitas su encarnación tanto como yo la necesito, aunque por una razón totalmente diferente. Tú has conocido siempre al hombre que mira desde la perspectiva de Dios. Pero esto no te da toda la verdad. Desde la celda contigua a la mía un ex-juez telegrafió a través de la pared cuánto lamenta todas las sentencias de prisión que dictó en su vida. Sentenciaba sin saber lo que era pasar años en la cárcel. Tú juzgabas a los hombres sin haber sufrido y vivido y sido tentado. Necesitabas la experiencia de la humanidad. Fuiste enriquecido por la experiencia de que Tu Hijo se hiciera hombre. “Salid, oh Doncellas de Sión, y ved al Rey Salomón con la corona con que lo coronó su madre en el día de su desposorio.” Desde la eternidad Cristo ha tenido toda clase de coronas. La más hermosa le fue dada por su santa madre: “La corona de ser el Dios-Hombre”. Fue pobre, menospreciado, castigado, tentado. Murió. Enriquecido por esa experiencia, retornó a ti. Ahora puedes entendernos mucho mejor.

Tú eres un Dios vivo. Estar vivo significa evolucionar, crecer, aumentar. Una cosa que siempre está igual no está viva. La constante exhortación en las iglesias a “magnificar al Señor” nos enseña que puede ser magnificado – esto es, hecho más grande. Jesús te hizo más grande.

Por la experiencia de la vida humana realmente vivida, Jesucristo dio a conocer en el Cielo el misterio de la vida humana, conocida desde adentro.

Por otro lado, nos explica en la tierra, cada noche, el misterio de un Dios que da leyes que Él mismo reconoce son injustas.


He hecho una pausa en mi conversación contigo. No fue una pausa retórica. Al hablar contigo no son necesarios tales artificios.

Me detuve porque estaba escuchando, así como en el cielo el canto de los serafines se interrumpe con momentos de silencio, cuando asciende delante de tu presencia el humo del incienso que acompaña a las oraciones de los santos.

Oí a Cristo que me explicaba – con cuánta claridad sus ovejas distinguen su voz – que Tú nos diste La Ley con la esperanza de que no nos detuviéramos allí, sino que siguiéramos más adelante y llegáramos así a lo que Tú pretendías para nosotros.

De una cosa estoy seguro ahora: Una cosa es tu mandamiento, y otra es tu deseo.

Tú dices, por ejemplo: “Mía es la venganza”. Expresas la voluntad de mostrar tu ira, pero crees que nuestra fe será suficientemente grande para detener tu mano cuando quieras vengarte. Sí, te lo impediremos, aunque nos ordenes lo contrario. Un buen perro pastor no deja de ladrar a un extraño, aunque el pastor se lo ordene.

Una vez regañé a mi hijo, reprobándolo por algo que había hecho mal. Él no me miró a la cara, y le pregunté por qué. Me contestó: “No te miro a la boca que está diciendo las palabras amargas, sino a tu corazón amante de donde fluyen”. Así nosotros, no hemos de mirar a las palabras estrictas de tus mandamientos, sino a las intenciones amantes con que fueron dados.

David conocía todas las leyes sobre sacrificios animales, pero dijo: “Sacrificio y ofrenda no te agrada”. Los judíos habían recogido de los egipcios ideas erróneas acerca de los dioses que siempre esperan que les demos algo. Jehová, para advertirles contra los sacrificios humanos que hacían otros pueblos, les ordenó que se detuvieran en un cordero o una paloma. Pero David sospechaba que la nueva vida empieza cuando uno comprende que eres Tú quien sacrificaste al que más amabas. Tú no esperas que nosotros quitemos la vida a fin de ser agradables ante tu vista.

Una de tus leyes más injustas es la que se refiere a las ciudades de refugio.

Si alguien mata sin intención y los parientes de la víctima querían venganza, Tú ordenabas al homicida que huyera a una ciudad de refugio. Supongamos que varios hombres son culpables del mismo delito, pero uno no puede correr tan aprisa como los otros. No todos pueden trepar una misma colina a la misma velocidad. El que corre bien llega a la ciudad de refugio y está a salvo, aunque es tan culpable como su camarada, mientras el hombre más lento es muerto por el vengador.

¿Puede la justicia depender de la velocidad con que un hombre pueda mover las piernas?

Esa injusticia es perpetuada en el Nuevo Testamento, donde se dice que los que vencieren recibirán su recompensa. ¿Y qué de los que son derrotados por el pecado, aunque anhelan la santidad?

El amor siempre perderá el premio según la ley, porque el amor siempre es derrotado en la carrera. Solo el mal y el vicio pueden marcar records. El amor siempre llega atrasado.

Jesús nos enseña esto en la parábola del samaritano que fue asaltado. Hicieron una apuesta los tres hombres sobre quién recorría más rápido el camino de Jerusalén a Jericó. Era un sacerdote judío, un levita y un samaritano.

Los tres partieron al mismo tiempo. El sacerdote y el levita eran ambiciosos, y se apresuraron porque querían ganar la apuesta y obtener fama. Oyeron quejidos de alguien mal herido y dolorido; alguien clamó por auxilio. Como eran hombres buenos, sintieron compasión por él; al escapar corriendo, dijeron una oración por el hombre herido, pero no se detuvieron porque al final de la carrera los esperaba el premio y la fama. Además, el lugar era peligroso. Había rumores de que merodeaban bandidos.

El samaritano era una clase distinta de hombre. Uno se pregunta por qué entraría en la apuesta. Para él, lo más importante no era el dinero, ni la fama, sino el amor hacia toda cosa viviente. Cuando oyó los quejidos, se detuvo, ungió al herido, y lo llevó a una posada, que quedaba en la dirección de donde venía. Así que perdió la carrera, como le pasa siempre al amor.

“Estoy enferma de amor”, dice la esposa. El enfermo no puede ganar carreras, no puede vencer. Jesús dijo que el reino de los cielos es tomado por la violencia. Pero el amor no tiene fuerza para cometer violencia. Es fácil para un gran pecador forzar la puerta del cielo. Los santos y los que aman tienen que confiar en la gracia más que los otros, a fin de ser salvos, porque por sí mismos pueden hacer menos que los demás.

Es injusto que la ley exija la misma velocidad y las mismas victorias a todos.

Ahora entiendo por qué tengo que aguardar tanto tiempo en la prisión a que venga mi esposo, Jesús. Estoy seguro de que Él ha dejado su lugar para venir en nuestra ayuda, pero se detiene junto a cada persona herida a lo largo del camino.

Jairo le imploró por su hija moribunda, pero Jesús se encontró en el camino a una mujer enferma, y dejó que la hija de Jairo muriera.

¡Quién sabe si Jesús, que venía en nuestro socorro no se ha hallado en el camino una flor cuyos pétalos estaban recargados por el rocío, y se detuvo a enderezarlos ... ¡

Estoy enfermo de amor, y no puedo realizar obras. Tú eres el amor mismo, y por lo tanto la enfermedad misma. No puedes llegar a tiempo para devolverme a mi familia, aunque sabes que “no es bueno que el hombre esté solo”. Estás enfermo de amor, y no puedes tampoco hacer que el sol se levante para mí. ¡Quién sabe a que ovejas caídas en una zanja tuviste que ayudar, Padre, cuando Jesús estaba en el Gólgota! Así que tuvo que quedarse sin un rayo de luz y sin una gota de agua.

Yo no puedo cumplir tu Ley. Por Jesús, Tú me has librado de esa obligación.

Tú tienes todos los inconvenientes del amor y no puedes cumplir tus muchas promesas de ser mi ayuda. Pero yo te libero de todas las obligaciones hacía mí adquiridas por el pacto, así como Tú me liberas de todos tus estatutos. No son buenos, son simplemente generalidades. Para Ti yo soy único como Tú lo eres para mí.

Y pasaremos juntos los años de confinamiento solitario, satisfechos con amar y ser amados. No te reprocharé por tus malos estatutos y tus leyes injustas. Tú no me reprocharás el haberlos quebrantado.

¡Cuán contento estoy de que por primera vez halla podido hablar tan francamente contigo! Así que, al final, me doy cuenta de que no me has dejado solo. Estoy contigo. No me has dejado sin sol. Veo el Sol de tu justicia que se levanta en mi celda oscura.

Gracias y gloria. Amén.